sábado, noviembre 19, 2005

sueños





Tumbada sobre mi pecho en aquel enorme y viejo sillón de terciopelo rojo, escuchaba el tintinear de la lluvia cayendo afuera, las tardes seguían de pie, Un cúmulo de latidos, acompañaba la imagen desvanecida que se reflejaba en la ventana, opaca por el tiempo y las gotas que resbalaban lentamente hasta desaparecer.

El reloj de cedro que colgaba de la pared, marcaba las seis de la tarde; de la cocina, un olorcillo distintivo me hacía dar un respingo y atravesar el enorme salón blanco. Pasé a prisa por los pasillos estrechos y laberínticos que comunicaban a la cocina, me acerqué y con suavidad extraje del interior del horno un oloroso y apetitoso pastel de elote, receta de mi abuela materna.Desde que me heredaron esta casa he ido reviviendo cada cosa que hay en ella; hoy era el turno de tan delicioso manjar, que mi abuela cocinaba con ahínco cada cumpleaños de cada uno de sus 7 nietos. Ya todo estaba listo para los invitados, era una buena idea la reunión de esta tarde, y solo hacía falta que yo me alistara para recibirlos a la hora acordada.

Una vez mas, a recorrí los claustrofóbicos pasillos para llegar a la recamara, abrí la puerta que rechina escandalosamente, dejé la bata a mitad de recamara decorando el piso amarillento de mármol y me introduje en la regadera, después de casi 5 minutos el agua seguía a temperatura ambiente, algo así como 15 grados; así que decidí subir a revisar el calentador, en las dos semanas que tenía habitando esta casa aun me faltaban algunos rincones por recorrer y sobre todo limpiar; el ático era uno de ellos, pero era necesario ir a revisar ahora. Corrí la puerta de pino con gran dificultad por la hinchazón de la madera añeja y me detuve antes de subir por las estrechas escaleras, di un paso dentro del oscuro sitio solo alumbrado por las pequeñísimas ventanitas ojo de buey que tamizaba la luz que lograba colarse por las rendijas. Logré a tientas encontrar el foco situado a mitad de cuarto y halé una fina cadenita oxidada; milagrosamente la luz iluminó el lugar, el olor a humedad penetraba en mi piel, llegando incluso a hacerme estornudar, intenté prender el calentador con rapidez, pero por más que lo intentaba me era imposible. De pronto, al comenzar a recorrer con la vista el sitio mil recuerdos se agolparon en mi cabeza; mis mas terribles pesadillas se revivieron, sabía que al escarbar un poco por los rincones de aquella casa rebobinaría la película que tanto me había costado olvidar. Allí en ese húmedo y reducido lugar, mi abuelo me había encerrado cientos de veces no sin antes aporrearme hasta dejarme inconciente, la mayoría de ellas sin ningún pretexto, solo por no tener que verme cerca de el cuando regresaba por las tardes del ingenio.

Volví la cabeza y vi que había una hilera de cajas apiladas, jale una de ellas, era particularmente llamativa, forrada de papel de flores de colores, como las que adornaban el viejo tapiz de la sala de la casa. La abrí y en encontré un montón de fotos sepia y blanco y negro, algunas ya tan amarillentas que poco se podían distinguir los rostros de quienes posaban. Ataviadas ellas con largos vestidos, guantes blancos de satin y enormes sombreros de grandes alas y ellos vestidos con trajes oscuros y bombines muy bien puestos sobre sus cabezas; en pocas fotos aparecía el abuelo, siempre con su cara de pocos amigos y el ceño fruncido. El abuelo era un hombre muy duro al que todos temíamos, incluso mamá cuando por no explicarle que estaba embarazada decidió que yo naciera en el convento de las monjas Clarisas para después dejarme a cargo de los abuelos y desaparecer. Nunca la volví a ver. La abuela me crió con mano firme y siempre al pendiente de mi, pero el abuelo descargaba toda la ira que sentía por mamá en contra mía y la abuela sometida las decisiones del abuelo permitía que el me golpeara cada vez que se lo decidiera, sobre todo cuando a mi se me ocurría la loca idea de que quería ir a la escuela como Pedro, el vecino de al lado a quien veía salir cada mañana desde la ventana de la cocina con su reluciente mochila de cuero y un par de libros en las manos. Imaginaba que caminaba a su lado hasta la aquella escuela vieja y que me sentaba en un pupitre de madera a escuchar lo que la maestra les decía a todos los niños. Pero cada vez que tocaba el tema de la escuela, el abuelo enfurecía y con tremenda bestialidad azotaba sobre mi espalda el cinto grueso que utilizaba al rededor de la cintura para cuando hacía esfuerzo, con los ojos desorbitados y gran saña golpeaba una y otra vez mi cuerpo hasta que yo me desvanecía y para cuando despertaba me veía una vez mas encerrada en el ático hasta la mañana siguiente cuando el marchaba a trabajar y la abuela me habría la puerta sin decir palabra y yo bajaba a la cocina donde sobre la mesa ya me había dejado un pan dulce y un vaso de leche enchocolatado.

Volví en mi cuando de pronto de entre las fotografías una llamó mi atención completamente, era el abuelo de pie junto a un bello baúl dorado adornado con estrellas azules; pero lo que mas me sorprendió era su rostro, el abuelo sonreía... Jamás vi al abuelo sonreír en el tiempo que estuve con ellos, hasta antes de repetir lo que mamá hizo, huir, pero esta vez era para realizar mi sueño, estudiar como mi vecino Pedro. Tampoco antes había visto esa caja por la casa, la habría recordado perfectamente, así que tomé esa fotografía pensando en enmarcarla luego como un momento memorable y seguir con mi labor de encender el calentador. Recordé que justo detrás de el calentador, había una puertecita donde guardaban trozos de leña para encenderlo, abrí esta esperando encontrar algo que me sirviera y hallé una gran pila de leña, jalé un trozo con tal fuerza que los demás se me vinieron encima, de pronto al fondo de la pequeña puerta algo brillaba entre el polvo, era el baúl de la foto, lo traje hasta mi y lo desempolvé un poco y lo abrí con mucha curiosidad en el interior vi una tela satinada negra casi como nueva muy bien doblada, la jalé y al extenderla pude observar que era una capa negra de mago, debajo de ella cientos de objetos almacenados y ordenados cuidadosamente, un gran sombrero de copa, una varita con punta blanca, pañuelos de colores y una foto de mi abuelo portando esa indumentaria y con una enorme sonrisa cubriendo su cara. Algo al fondo del baúl comenzó a brillar y a moverse así que lo tomé, también en mi una enorme sonrisa se me dibujaba en el rostro y magia comenzó a nacer de entre mis manos ?

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