Sus frases llegaban cargadas de presentes y consuelos; algunas visiones le acariciaban internamente la piel pero el lienzo permanecÃa en blanco y los pensamientos laberÃnticos la hacÃan retroceder para buscar el final, dar la vuelta y caminar cuesta abajo, huyendo del aullido de los lobos. Los filamentos del destino le hacÃan estallar las venas por donde, incauto, un lÃquido rojo y espeso circulaba sin saber que estaba a punto de abandonar el cuerpo.
La furia de sus instintos la obligaban a arañar los vértices de la cama, sin entender el mal que le habÃan causado. Daba vueltas sobre el lecho entintando las sabanas blancas. Se reencontraba con la silueta disuelta en la noche de quien le habÃa le extirpado la médula. No podÃa distinguir su faz, pero expedÃa ese olor inconfundible que tenÃa impregnado. Cada vez que intentaba correr a su encuentro o la señalaba se desvanecÃa en medio de una carcajada burlona.
Le buscaba un rostro con la ingenuidad de quien espera que las nubes desaparezcan para ver brillar las estrellas pero era imposible ir mas allá de aquella sombra que jugaba con su razón; un dÃa después de otro y el siguiente.Ella se atormentaba imaginando sus rasgos era indispensable saber qué mirada tenÃa su verdugo. Hasta que una noche, por fin, una mano helada se aventuró a correr el velo que habÃa sobre el espejo, dejando al descubierto su propio reflejo.
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