domingo, junio 19, 2005

Image hosted by Photobucket.com




El loco señaló con su dedo índice las dos maletas que estaban junto a la puerta y dijo: -Es momento de partir-. Se agachó con gracia tomando una, mientras con la cabeza me señalaba la que estaba a su lado. Como una autómata le seguí sin importar el rumbo que tomaría. No cerré la puerta, no dije adiós, no deje instrucciones de a donde iría por si alguien llamaba; por supuesto, ni yo lo sabía. Caminé tras él mientras seguía una pequeña vereda hasta que perdimos de vista la casa. Pronto empecé a desconocer el camino, marchó por ríos, carreteras y bosques, caminos poblados y desiertos, algunas ciudades y pueblos pintorescos; todo para mi era nuevo y asombroso. Durante el trayecto, no paraba de hablar y hablar, yo tan solo lo escuchaba con atención; me describía los paisajes con la elocuencia de un sabio y viejo conocedor, que había recorrido esos senderos al menos unas mil veces. Por él conocí el sabor de las nubes, el olor del viento, que forma tenían las melodías de las aves, de que tamaño era el infinito, cuantas estrellas cabían en el cielo, cual era la consistencia del sol y cuál el tacto de la luna. Al principio intentaba aprender de memoria cada palabra escuchada y no perder detalle.

A medida que avanzábamos el cansancio comenzaba a acumularse en mis piernas y hombros, de pronto los relatos me sonaban tediosos y aburridos pedía a gritos que callara de una vez por toda; el peso de la maleta era tremendo, y sentía que a cada paso se acumulaba mas y mas, me era imposible continuar, pero él no permitía que me detuviera, yo lo injuriaba y enfurecida le reclamaba que me dejara dormir; pero el loco me tomaba de la mano y me arrastraba diciéndome que ya habría tiempo suficiente para descansar que por ahora era indispensable continuar; molesta y confundida conseguí zafar mi mano de la suya y me dirigí a un viejo y carcomido roble que se erigía a la vera del camino, puse la maleta bajo este y me acomodé sobre ella, hasta que caí en un profundo sueño, mientras el loco me miraba con los ojos llenos de tristeza.

Al despertar, el sitio me parecía familiar, una enorme congoja me embargó. Me di cuenta que estaba sola, que no había árbol, tampoco camino recorrido, ni historias, nada me dolía , no existía el cansancio; estaba recostada en la cama de siempre, en esa habitación repleta de muebles viejos que conocía desde niña. El escenario era el mismo, el tapiz floreado, las cortinas rosas, el jarrón con flores sobre el escritorio, los libros acomodados por orden alfabético, la bata al pie de la cama. Solo algo nuevo rompía la armonía de la atmósfera; sobre un taburete una roída valija abierta llamó mi atención, era la maleta que el loco me dio al iniciar el viaje; con curiosidad me asomé y al ver dentro de ella noté que estaba completamente vacía, apresurada fui a la ventana para descorrer las cortinas y a lo lejos como un pequeño gemido del viento se escuchaba un andar y el murmullo de historias interminables sobre el color del mar, no pude menos que bajar la mirada y con gran pena soltar mi llanto. El loco se alejaba para siempre.


No hay comentarios.: