Que fastidio que te envÃen a lugares como esos!!! Pueblos polvorientos y tan aburridos. Me dijeron y yo Pensaba en eso cuando mi camión fue anunciado; el chofer me pronosticó un viaje de aproximadamente hora y media asà que me dispuse cómodamente a ver la pelÃcula que proyectaban, el tiempo pasó sin sentirlo cuando el autobús hizo una breve parada, y por la ventanilla leà un letrero que decÃa Ã�lamo. Doña Amalia subió cargando a Irving un pequeño de dos años y medio, que jugaba inquieto con unos luchadores de coloridas capas, ambos se sentaron a mi lado, y ya en marcha ella me dijo – Odio viajar!!- y asà comenzó nuestra conversación. Doña Amalia sufre de ansiedad un mal que los médicos del Seguro social no han querido atenderle alegando que no es necesario darle medicamentos; pero ella le teme a muchas cosas, entre ellas la lluvia fuerte y estrepitosa , visitar ciudades grandes como Monterrey y perderse en ellas, o el sonido de los tractores. – Tengo que ir a la presidencia de Villa Aldama- explicó, - pero también me da miedo, temo mucho que me metan a la cárcel al llegar ahà y no se Por Qué- En realidad no existÃa ninguna razón para que ella se sintiera de esa forma pues era una visita que tenÃa que realizar cada quince dÃas para recoger su quincena de 500 pesos ganados trabajando como intendente de la escuela primaria de Àlamo. Tiene cuatro hijos, Irving, Maria y unos gemelos de diez años. Lo que mas la angustiarÃa de ser detenida en la presidencia es que no llegarÃa a tiempo para darle de comer a los gemelos que se quedan en casa, uno de ellos se pone muy sentimental si no la ve pronto, - Por que la grande como quiera que sea ya se atiende sola, y este condenado pues ya papió- me decÃa al tiempo que señalaba a Irving quien hacia sostener una lucha máscara contra cabellera a sus pequeños amigos.
Llegamos a Villaldama, mi destino y me despedà momentáneamente de doña Amalia mientras cruzaba la pintoresca plaza para llegar a los juzgados del pueblo. Una secretaria Robusta y de rostro amable me dijo que tenÃa que esperar al Licenciado David y me señaló unas sillas invitándome a tomar asiento, me instalé entre dos mujeres. A mi derecha Nora, una joven de grandes ojos negros y boca pintada de rosa pálido con una gran tristeza reflejada en su mirada sostenÃa en brazos a Débora Aidee una chiquita de 15 dÃas de nacida, que dormÃa plácidamente acurrucada en el regazo de su madre que la abrazaba con suma delicadeza. No resistà la tentación de acariciar a la bebé y entablar conversación con Nora, ella me platicó que Débora era la tercera de sus hijas, tres mujercitas. – la más grande tiene 8 años y es mi mayor preocupación; me angustia pensar que hombre se encontrará ; no quiero que corra la misma suerte que yo- me decÃa con la mirada perdida - mi marido se fue de la casa cuando le dije que estaba embarazada otra vez, ahora está viviendo con una mujer del pueblo que es viuda y tiene cinco hijos el se hace cargo de todos, y a sus hijas ni las ve, pa`mi que lo tiene con un amarre o endulzado por que todos dicen que anda bien enamorado. Me casé a los 17 años, el tenÃa 32; fue una boda bien linda, arreglamos toda la iglesia del pueblo con crisantemos blancos y la banda fue por mi a mi casa de la que salà con mi vestido blanco y amplio adornado con lentejuelas y una cola de dos metros, bailamos mucho toda la noche y muy temprano por la mañana Raúl me dejo en el cuarto donde vivirÃamos, me encerró con llave y desapareció por una semana. Creo que nunca habÃa llorado como en esos dÃas, mi madre venÃa a verme y me pasaba por la ventana comida y tortillas y me aconsejaba que tuviera siempre algo caliente en la estufa para poder atender bien a mi marido cuando llegara. Yo estaba embarazada de Yamilè, la mas grande y aparte no tenÃa a donde ir, asà que por mi hija me aguanté. Hasta el siguiente domingo llegó Raul, me dijo que habÃa estado festejando la boda. Jamás volvà a ver al hombre amoroso y que me regalaba poemas y flores, me lo cambiaron muy feo-. Nora fue llamada por la secretaria y yo me ocupé de mis asuntos, al salir a lo lejos me dedicó una mirada y yo le sonreÃ...
HabÃa terminado mis pendientes asà que corrà a la pequeña terminal esperando encontrar boleto de vuelta para el medio dÃa, pero para mi mala fortuna me informaron que el camión demorarÃa hora y media mas. Asà que me dispuse a esperar una de las bancas, y no pasó mucho antes de que se acercara un hombre de unos 38 años de pelo medio cano, delgado, de piel tostada, que vestÃa pantalón de mezclilla y camisa a cuadros. TraÃa en la mano derecha un viejo portafolios de piel negra descolorido por el sol y en la derecha un altero de hojas y por lo que alcancé a ver eran exámenes de escuela, - vaya clima- me dijo, yo me limité a sonreÃr el se sentó a mi lado y en pocos minutos ya estábamos charlando, era un tipo parlanchÃn y con un marcado acento norteño, maestro por vocación, y cuando me hablaba de sus alumnos de cuarto año de primaria sus rostro se iluminaba como si se tratara de sus retoños. VivÃa en Monterrey asà que tenÃa que recorrer diariamente 140 kilómetros para llegar a su trabajo, y 140 mas para regresar a casa - aunque estoy pensando mudarme para acá el próximo semestre pero me cuesta mucho trabajo abandonar Monterrey- yo le pregunté si no era muy difÃcil vivir de esa manera y el me dijo – Es cuestión de costumbre y disciplina, hago esto con amor y adoro también volver cada tarde a casa, aunque sé que nadie me espera allà está mi hogar. Los minutos pasaron y solo faltaba media hora para la partida; algunas personas comenzaron a llegar y un camión se detuvo, descendiendo de el un grupo de aproximadamente 10 hombres muy mayores, de andar lento y manos visiblemente maltratadas por sus años de trabajo en el campo. Algunos de ellos se acomodaron en los lugares sobrantes de la banca y el resto se aglomeró a nuestro alrededor. Empezaron a platicar, se dirigÃan a un pueblo “cercanoâ€�a seis horas de allÃ, todos eran campesinos y venÃan de la capital reclamando la invasión de una fábrica a sus tierras, estuvieron protestando por tres dÃas afuera del palacio municipal sin respuesta hasta que al fin les concedieron una cita para discutir el asunto a finales de Noviembre, con la promesa de revisar su caso, volvÃan a casa ilusionados. Nuestro Autobús llegó y el Maestro y yo deseamos buena suerte al grupo y abordamos tomando cada quien el sitio que marcaba nuestro boleto y por la ventanilla observé 20 manos agitándose, yo hice lo mismo correspondiendo al gesto. Alguien familiar se sentó a mi lado; Doña Amalia me dijo sonriente –Que bueno que vamos de nuevo juntas el ir platicando me quita un poco los nervios- Irving iba ya dormido apretando entre sus manitas a sus luchadores de plástico. Mientras emprendÃamos el recorrido, Doña Amalia me contó de ella y su marido, sus hijos e indagaba mi vida con curiosidad, el chofer comunicó que la siguiente parada serÃa en Ã�lamo y de un respingo doña Amalia se puso de pié y me dio la bendición desapareciendo pronto de mi vista...
Probablemente nunca volveré a ver a Doña Amalia, Irving, Nora, el profesor o a los campesinos, pero hay algo que me deja este viaje. Hace tiempo cuando salÃa a algún sitio solÃa comprar playeras o llaveros con el nombre del lugar, son objetos que hoy no me dicen nada. Ahora cuando viajo ya no traigo souvenirs de tienda, creo que como recuerdo es mucho mejor traer Historias...
Llegamos a Villaldama, mi destino y me despedà momentáneamente de doña Amalia mientras cruzaba la pintoresca plaza para llegar a los juzgados del pueblo. Una secretaria Robusta y de rostro amable me dijo que tenÃa que esperar al Licenciado David y me señaló unas sillas invitándome a tomar asiento, me instalé entre dos mujeres. A mi derecha Nora, una joven de grandes ojos negros y boca pintada de rosa pálido con una gran tristeza reflejada en su mirada sostenÃa en brazos a Débora Aidee una chiquita de 15 dÃas de nacida, que dormÃa plácidamente acurrucada en el regazo de su madre que la abrazaba con suma delicadeza. No resistà la tentación de acariciar a la bebé y entablar conversación con Nora, ella me platicó que Débora era la tercera de sus hijas, tres mujercitas. – la más grande tiene 8 años y es mi mayor preocupación; me angustia pensar que hombre se encontrará ; no quiero que corra la misma suerte que yo- me decÃa con la mirada perdida - mi marido se fue de la casa cuando le dije que estaba embarazada otra vez, ahora está viviendo con una mujer del pueblo que es viuda y tiene cinco hijos el se hace cargo de todos, y a sus hijas ni las ve, pa`mi que lo tiene con un amarre o endulzado por que todos dicen que anda bien enamorado. Me casé a los 17 años, el tenÃa 32; fue una boda bien linda, arreglamos toda la iglesia del pueblo con crisantemos blancos y la banda fue por mi a mi casa de la que salà con mi vestido blanco y amplio adornado con lentejuelas y una cola de dos metros, bailamos mucho toda la noche y muy temprano por la mañana Raúl me dejo en el cuarto donde vivirÃamos, me encerró con llave y desapareció por una semana. Creo que nunca habÃa llorado como en esos dÃas, mi madre venÃa a verme y me pasaba por la ventana comida y tortillas y me aconsejaba que tuviera siempre algo caliente en la estufa para poder atender bien a mi marido cuando llegara. Yo estaba embarazada de Yamilè, la mas grande y aparte no tenÃa a donde ir, asà que por mi hija me aguanté. Hasta el siguiente domingo llegó Raul, me dijo que habÃa estado festejando la boda. Jamás volvà a ver al hombre amoroso y que me regalaba poemas y flores, me lo cambiaron muy feo-. Nora fue llamada por la secretaria y yo me ocupé de mis asuntos, al salir a lo lejos me dedicó una mirada y yo le sonreÃ...
HabÃa terminado mis pendientes asà que corrà a la pequeña terminal esperando encontrar boleto de vuelta para el medio dÃa, pero para mi mala fortuna me informaron que el camión demorarÃa hora y media mas. Asà que me dispuse a esperar una de las bancas, y no pasó mucho antes de que se acercara un hombre de unos 38 años de pelo medio cano, delgado, de piel tostada, que vestÃa pantalón de mezclilla y camisa a cuadros. TraÃa en la mano derecha un viejo portafolios de piel negra descolorido por el sol y en la derecha un altero de hojas y por lo que alcancé a ver eran exámenes de escuela, - vaya clima- me dijo, yo me limité a sonreÃr el se sentó a mi lado y en pocos minutos ya estábamos charlando, era un tipo parlanchÃn y con un marcado acento norteño, maestro por vocación, y cuando me hablaba de sus alumnos de cuarto año de primaria sus rostro se iluminaba como si se tratara de sus retoños. VivÃa en Monterrey asà que tenÃa que recorrer diariamente 140 kilómetros para llegar a su trabajo, y 140 mas para regresar a casa - aunque estoy pensando mudarme para acá el próximo semestre pero me cuesta mucho trabajo abandonar Monterrey- yo le pregunté si no era muy difÃcil vivir de esa manera y el me dijo – Es cuestión de costumbre y disciplina, hago esto con amor y adoro también volver cada tarde a casa, aunque sé que nadie me espera allà está mi hogar. Los minutos pasaron y solo faltaba media hora para la partida; algunas personas comenzaron a llegar y un camión se detuvo, descendiendo de el un grupo de aproximadamente 10 hombres muy mayores, de andar lento y manos visiblemente maltratadas por sus años de trabajo en el campo. Algunos de ellos se acomodaron en los lugares sobrantes de la banca y el resto se aglomeró a nuestro alrededor. Empezaron a platicar, se dirigÃan a un pueblo “cercanoâ€�a seis horas de allÃ, todos eran campesinos y venÃan de la capital reclamando la invasión de una fábrica a sus tierras, estuvieron protestando por tres dÃas afuera del palacio municipal sin respuesta hasta que al fin les concedieron una cita para discutir el asunto a finales de Noviembre, con la promesa de revisar su caso, volvÃan a casa ilusionados. Nuestro Autobús llegó y el Maestro y yo deseamos buena suerte al grupo y abordamos tomando cada quien el sitio que marcaba nuestro boleto y por la ventanilla observé 20 manos agitándose, yo hice lo mismo correspondiendo al gesto. Alguien familiar se sentó a mi lado; Doña Amalia me dijo sonriente –Que bueno que vamos de nuevo juntas el ir platicando me quita un poco los nervios- Irving iba ya dormido apretando entre sus manitas a sus luchadores de plástico. Mientras emprendÃamos el recorrido, Doña Amalia me contó de ella y su marido, sus hijos e indagaba mi vida con curiosidad, el chofer comunicó que la siguiente parada serÃa en Ã�lamo y de un respingo doña Amalia se puso de pié y me dio la bendición desapareciendo pronto de mi vista...
Probablemente nunca volveré a ver a Doña Amalia, Irving, Nora, el profesor o a los campesinos, pero hay algo que me deja este viaje. Hace tiempo cuando salÃa a algún sitio solÃa comprar playeras o llaveros con el nombre del lugar, son objetos que hoy no me dicen nada. Ahora cuando viajo ya no traigo souvenirs de tienda, creo que como recuerdo es mucho mejor traer Historias...
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